Crítica Elida Román (1998) – Spanish

Concepto y misticismo en una pintura de gran calidad

Luego de un breve paso por la Escuela de Artes Plásticas de la PUC, Pedro Peschiera, oriundo del Perú, se estableció en 1975 en Ginebra (Suiza), realizando estudios de pintura, historia del arte y literatura inglesa y fijando una residencia que se prolonga hasta hoy. Es en esta fascinante ciudad donde ha desarrollado su trabajo artístico, signado por una evidente presencia del ámbito gótico, medieval, cargado de reflexión y experiencia mística, austera y contenida a la vez que habitado de extraña fuerza.

La exposición que acaba de realizar en la Sala Luis Miró Quesada de la Municipalidad de Miraflores, reúne - en su primera presentación en el Perú – pinturas y grabados en un conjunto ante el cual asombro y deslumbramiento van de la mano. Artista profundo, silencioso, meticuloso en el tratamiento, extremadamente exigente en la economía y claridad de su concepto, la obra de Peschiera alcanza una excelencia poco acostumbrada.

Todas las pinturas - realizadas, con excepción de un acrílico, en la antigua y exigente técnica de la témpera al huevo – presentan un elemento o forma protagónico, apenas contenido en la dimensión del cuadro, no invasor pero sí con vocación de omnipresencia, expresado en formas conceptuales, genéricas, desposeídas de detalle, adorno o adjetivo, monocromas, apenas limitado su color a sutilezas de tonalidad o breves desvíos de la gama, nunca contrastadas o bruscas, asimiladas a una geometría sencilla y eficaz que, al mismo tiempo, propicia en muchos casos ambigüedad de reconocimiento (manto-muro, pozo-féretro), en otros suspensión de juicio inmediato o análisis de función (concha-médano, mesa-banco, muralla-iglesia).

Si esta aparente sencillez es de tal austeridad, de tal economía y de tal brevedad en el enunciado, ¿cuál es su peculiaridad? dónde reside esa extraña atmósfera que nos lleva en el tiempo ? porqué sentimos ese dominio de las formas imponentes, que en realidad no lo son pues no existe exceso alguno en ellas ? qué nos hace presentir con certeza la entrega de su autor ? Extraño acertijo que propone la calidad innegable de esta estupenda pintura.

Pintura que no sólo habla de un discurso sobre el hombre, la vida, la muerte, la paz, el silencio y el desasosiego, sino que invita a participar de ese posible trance, casi mágico, que supone el refugio en la meditación profunda, a la contemplación extasiada que busca lo cósmico en lo terreno.

Ante esta verdadera poesía visual, recordamos la mística rilkeana: « Sólo quien alzó su lira / también entre las sombras, / puede intuir y revelar / la alabanza infinita. / Sólo quien comió con los muertos / su propia adormidera / no retorna a perder jamás / el más leve sonido. / Y aunque a menudo en el estanque / se nos hunde el reflejo: / conoce tú la imagen. / Sólo en el doble reino / se returnán las voces / eternas y suaves. »

Idea de la metamorfosis en que vida y muerte se mezclan, sentido oculto del paso de una forma a otra, como en los sarcófagos que devienen fuentes en esta pintura tan especial. En la obra gráfica, Peschiera sostiene este concepto enriqueciéndolo, complejizándolo, con un juego semántico apoyado en la palabra escrita. Palabras tomadas de varios idiomas, impresas con la misma tipografía y sólo destacadas, mediante un entintado más fuerte, en cuanto entes formales constitutivos de imágenes precisas (silueta de casa, de pozo, etc.), donde el dentro-fuera es en algunos casos sostenido también por el significado estricto (p.e. waste-worth), en otros conformado por una seriación encadenada de conceptos.

Planteo agudo e inteligente, que traduce su pretensión ecuménica mediante la utilización de una escritura políglota y, otra vez, la presencia de imágenes sintéticas y genéricas Pedro Peschiera se revela así, como uno de los artistas más interesantes y completos que hayamos visto en el transcurso del año, dueño de una sólida madurez en el planteo y una impecable factura en la técnica.

Elida Román
El Comercio, 15 de noviembre de 1998

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