Artículo Rodrigo Quijandría (1998) – Spanish

Magnífica insondabilidad

La escuela de Arte de París en 1975 todavía vivía las secuelas del Mayo del ’68 ; estaba absolutamente politizada.

El que no era maoísta, era anarquista. La conmoción llegó al extremo y terminó por ser cerrada. Pedro quería estudiar en un país de lengua francesa, entonces pensó en Suiza, pero más precisamente en Ginebra, ya que esta cuidad, aunque en esa época era un poco provinciana, tenía sin embargo una excelente escuela de arte. A Pedro lo que más le interesaba en esa época era el aprendizaje de la mayor cantidad de técnicas pictóricas, ya que buscaba un abanico de posibilidades creativas, y pretendía llegar a tener un conocimiento y dominio profundo de ellas. Veinte años depués, Pedro Peschiera impresiona gratamente al ambiente artístico limeño en la galería de la Municipalidad de Miraflores con una importante muestra de pinturas y grabados.

Pedro utiliza una técnica antiquísima que aprendió de un viejo maestro ya fallecido. Se trata de la témpera al huevo, que se prepara artesanalmente. Esta técnica, al secar rápidamente, le permite hacer infinidad de veladuras y aguadas, lo que le otorga la verdadera riqueza a sus trabajos.

Cada obra de Pedro demora aproximadamente de cuatro a cinco meses en ser concluida, aunque aparentemente no le preocupa tener una escala de producción rara, pues nos dice que no está obsesionado con las quimeras del mercado.

Se confiesa un apasionado del arte medieval, sobretodo del románico, el gótico y por supuesto el renacentista. Cuando llegó a Europa lo que más le impresionó fue la arquitectura de los monasterios románicos, sobre todo el arte cisterciense. Su ascetismo y simplicidad lo impulsaron a buscar convertir esa arquitectura en pintura, aunque no sabía bien cómo hacerlo. Poco a poco fue alejándose del arte románico, de manera que adoptó una visión y un lenguaje plástico muy personales, como podemos notar en sus mantos y sus insólitas concavidades.

Pedro agrupa su obra en familias o registros ; los mantos, los pozos, hoyos, concas, mesas, cada una de ellas amplía el vocabulario pictórico del artista. El concepto de ausencia en su obra no pretende plantear un vacío sino más bien una plenitud, como metáfora de la aspiración de un deseo. La lejanía mantiene ese deseo, ese motor de lo que sea : de éxito, de dinero, del cuerpo de una mujer… Es lo que nos mantiene en posición apelante como frente a un manto sagrado.

Sus mesas son más arquetipos platónicos que referencias a la realidad, un lugar donde se puede compartir algo; pero en este caso hay ausencia, que posee además principios arquitectónicos y místicos como en los monumentales dólmenes.

Entre sus inanimadas familias, las concas (antigua palabra española que remite a la concavidad) son las únicas de origen animal y son vistas como receptáculos y como metáfora del origen, en en confrontación con los hoyos, de los cuales, por desgracia, sólo tiene grabados en su actual exposición. Las fuentes, que son al mismo tiempo origen y sepulcro, principio y fin, ocultamiento y demostración, cobran sentido en oposición a los monumentales y panteónicos mantos.

En sus grabados, en los cuales mezcla varios idiomas con la imagen, logra expresar su temática de manera mucho más explícita al utilizar también el nivel textual. En el caso de las serigrafías, que son los grabados de mayor formato, coloca en orden alfabético las palabras en francés, inglés y español, logrando analogías, extrapolaciones y sinónimos de las palabras relacionadas, de la interesante noción de recipiente/receptáculo; van desde océano hasta fosa nasal, desde cañón de un arma de fuego hasta Cañón del Colorado, internándose en la noción del microcosmos-macrocosmos. Por ejemplo, una cuchara podría convertirse en un cántaro, un estanque, una laguna, un mar, un océano; al mismo tiempo mezclados con adverbios como profundidad o insondabilidad, como un misterio que cada vez se aleja más, lo que en suma nos hace tender hacia algo, y no necesariamente lo que nos satisface.

Sus cuadros son como urnas fuera del mundo, se separan como una alternativa a éste. Dentro de ellos hay otras urnas, los objetos que generan tensiones al acercarse de manera apretada al formato. Una urna, dentro de otra urna, dentro de otra, donde nunca se llega a la verdadera. Abismo infinito, nunca se llega al último sentido; éste siempre está por encontrarse.

Rodrigo Quijandría
El Sol, octubre 21, 1998

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